martes, 29 de diciembre de 2009


La gente actúa con total liviandad.
Total, hagas la barbaridad que hagas después te pide perdón y listo.
Sí, te ahorro. Puedo ser un bicho raro, pero para mí, "nos vemos" es" nos vemos".
"Te llamo "es "te llamo". "Te quiero" es "te quiero".
Si yo digo que voy a estar ahí, vos sabés que voy a estar ahí.
Ahora cuando alguien me dice a mí que va a estar ahí, lo dudo.
Porque se perdió el valor de la palabra. Te pueden fallar, total, después vienen te piden perdón y ya está.
Así de fácil. Pedir perdón no debería tomarse con tanta liviandad.
El castigo precede al crimen, decía Dostoievski.
Porque uno, antes de cometer el crimen, sabe el dolor que generará y asume la culpa.
Esa culpa es el castigo. ¿Y uno pretende redimir esa culpa con un simple perdón?
Un perdón no puede reparar lo que hicimos mal.
Para pedir perdón, antes hay que estar dispuesto hay repararlo.
¿De qué sirve pedir perdón cuando no hay manera de reparar lo que hiciste mal?
Cuando no nos perdonan, nos obligan a vivir con nuestro error, con nuestra culpa.
Cuando no nos perdonan nos obligan a hacernos cargo de lo que hacemos.
Un simple perdón no puede borrar el dolor que se causó.
Pedir perdón es poner una curita en una herida abierta que nosotros mismos provocamos.
Insuficiente y a destiempo. Suplicando, a los gritos, de rodillas, implorando en todos los idiomas,
pedir perdón no alcanza. No repara. No alivia si no nos hacemos responsables de nuestras acciones.
Cuando no nos perdonan, nos obligan a vivir con nuestro error, nuestra culpa.
Porque un simple "perdón" no puede borrar el dolor. Hay cosas imperdonables.
Aunque se pida perdón en todos los idiomas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario